El lenguaje que Ricardo Martínez construye minuciosamente en este libro, cobra vuelo hasta legar a la serenidad. Su decir poético es la calma. Y ahí, en ese lugar profundo se mueve, a paso lento, cuidadoso, sutil, como para que cada elemento del universo pueda ser considerado y contemplado: “Y la tarde se detiene también, duda como sumida en un pensar ajeno”. Es un bálsamo esta lectura, en medio de tanta velocidad urbana, encontrarnos con líneas que prescindan del apuro compulsivo, de la superficialidad, y que puedan detenerse a contar de esa manera lenta, la vida.
Una obra madura que da la sensación de un estilo definido. Reflexivo, coloquial y lírico, filosófico. Son muchos los matices que van dejándose entrever en este libro. Hay un sereno agradecimiento de la existencia, serenamente melancólico, pero sin rencores: “Nunca la niebla se fue del todo. Y el hombre se hizo a su paisaje, casi sublime; a veces
tiene ese don”. “Cada día conmemora el viejo milagro de esperar, es decir, de la resurrección de aquello que es anhelo; o pasión”.
La naturaleza está presente como realidad trascendente, el mundo en su encuadre natural atraviesa muchas de las poesías. “El paisaje de mar, la costa firme, de granito,
feraz en árboles y verdor permanentes”. No es ilógico; la creación es lenta, y estas líneas alcanzan una armonía que se parece al suceder de la vida natural, sin grandes rupturas o pretensiones grandilocuentes, y concibiendo un organismo donde las partes se corresponden silenciosamente a un todo: “Es una suerte escuchar: la lluvia tiene un paso de marea melancólica”.
Este libro, es también una poética de la aceptación: “Más tarde, a la hora de la luna, acaso solo haya sido sueño”, o bien: “Hábito de las cosas comunes que también contribuyen a nuestra identidad como pudiera hacerlo la propia voz, el mirar sencillo”.
El poeta está solo. Lo sabe. Pero la soledad nunca es total; así logra decirlo el autor en un pasaje exquisito: “Estar solo sin estar a solas”.
Esa manera lenta, parece ser la forma en la que Ricardo Martínez quiere tejer su poesía. Así, sin prisa, porque tal vez: “La lentitud, al fin, es quien más celebra el vivir”.
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